domingo, 8 de mayo de 2011

LUCES Y SOMBRAS


     Todos los chicos de aquel baile de fin de curso se reían de ella.
     No sé por qué aquella muchacha cobijada en la penumbra de la escalera me llamó la atención. Tal vez fuera por esos kilos que le sobraban y que deformaba su cuerpo como una de esas esculturas amorfas de alma surrealista. O por aquella expresión que inflamaba el aire con las partículas de una tristeza infinita. Sus ojos, lánguidos y grandes y con el color de la miel, carecían de brillo y asomaban medio hundidos en un triángulo de luz; su pelo, lacio y largo, jugaba a tapar un rostro que, aunque agraciado, se agitaba como una máscara de dolor.
     Algo en mis entrañas se removió y me dirigí a la chica con la intención de pedirle baile; una fila interminable de jóvenes sin alma se mofaban al pasar junto a ella. La perdí de vista un instante entre una multitud que se deshacía como fragmentos de un rompecabezas. Cuando alcancé su sitio había desaparecido. Pregunté por ella pero nadie la conocía; tan sólo oí decir que era sordomuda y que vivía en un pueblo cercano. Aquella muchacha se fue con su angustia y jamás volví a verla.

     Tuvo que pasar unos cuantos años con sus bailes de fin de curso para darme cuenta que la vida es más importante que buscar un sueño a la entrada de una fiesta.
     La música de aquel baile de graduación sonaba a plenitud. Me encontraba frente a la pista, acompañado por una extraña soledad que se cernía a mí como una chaqueta estrecha. De pronto, un aroma a paraíso me embargó cuando la vi: Ella y su vestido blanco iluminaron un salón a media luz. “¿Bailas?” ––me preguntó con una sonrisa que arrodilló mi alma.
     No pude dejar de mirarla mientras bailábamos. Nunca antes había conocido a una muchacha tan hermosa. Y aquellos ojos de ámbar… tan penetrantes y enigmáticos me recordaban a alguien. Pasamos la velada juntos y, entre susurros y abrazos, nos besamos. Al despedirse me confesó que nunca nadie la había besado, y me dio su teléfono. Miriam, dijo que se llamaba.
     Aquella noche no pude dormir pensando en Miriam. A la mañana siguiente llamé al teléfono que me dio y contestó su madre. “¿Miriam…? Miriam murió hace años. Se…se quitó la vida. No pudo soportar que la rechazaran. Ella era…era sordomuda  ––dijo entre sollozos.

Guillermo Blanes
(Una idea original de Miriam Lavilla)


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